Estuvimos con ellos en noviembre, conociendo qué es un enfermero de calle y descubriendo que conceptos como “vincular” o “enganchar con un usuario” son el eje central de su misión. Por aquel entonces nadie imaginaba aún el cambio radical que vivirían nuestras vidas y, como consecuencia, el día a día de estos enfermeros del Equipo de Calle de Salud Mental.
“Los invisibles se hicieron visibles”, porque en la calle “solo estaban ellos”
De la noche a la mañana tuvieron que reinventarse, establecer nuevas formas de organizarse para que las personas sin hogar con trastorno mental grave no se quedaran sin atención. Y todo ello con un confinamiento de la población sin precedentes, calles desiertas y comercios cerrados. Ahí es nada. Pero el resultado ha sido una adaptación al medio minuto a minuto para poder dar atención a las personas sin hogar también en tiempos de coronavirus. Y Reportajeando no ha querido perderse su experiencia.
Durante el pico de la pandemia siguieron pateando las calles de Madrid
Cuando las redes sociales y los medios de comunicación concentraban sus esfuerzos en taladrar nuestras mentes con ese ya clásico #QuédateEnCasa, en Madrid cerca de 1.300 personas se quedaban desprotegidos y en la calle, porque esa era su casa. “Quédate en casa, si tienes casa”, como decía irónicamente Arturo.Y aunque nacieron nuevos recursos como el Ifema y el polideportivo Marqués de Samaranch, tan solo cubrían unas 300 camas. El resto se tuvo que buscar la vida.
Paradógicamente, el aislamiento en el que ya vivían fue la mejor vacuna contra el coronavirus.
Madrid parecía una ciudad fantasma. Allí “los invisibles se hicieron visibles”, porque en la calle “solo estaban ellos”. Nos lo cuenta Javi, uno de los enfermeros del equipo de calle, que en los peores días de la crisis sanitaria se recorrió las calles de la capital en busca de sus pacientes. “Parecía The walking dead”, cuenta con gesto de estupefacción.
De entre pacientes que tenían ya identificados en calle algunos lograron entrar en algún recurso, pero otros permanecieron en la calle. Paradógicamente, el aislamiento en el que ya vivían fue la mejor vacuna contra el coronavirus.
La curva de contagio en las personas sin hogar
Su curva de contagio, nos cuenta Arturo, fue casi casi la opuesta a la de la población general. Con el confinamiento los contagios comenzaron, paulatinamente, a bajar. “Era lógico, había muchos menos contactos”, el que no tuvo ERE trabajaba desde casa y los traslados eran los justos y necesarios. Las cifras no tardaron en reflejarlo. Pero el confinamiento fue justo el momento en el que las personas sin hogar empezaron a juntarse y agruparse, algo poco habitual para ellos. 150 camas en Ifema, otras 150 en el Samarach y los albergues confinados con los que ya estaban dentro. Ahí fue cuando este colectivo experimentó su propio pico de la pandemia. Afortunadamente, añade Arturo, se han contagiado muy pocos porque “ellos ya estaban aislados”, de hecho entre sus pacientes no tienen contabilizada ninguna muerte. Una “alegría amarga”.
El equipo se organizó por tareas más que por usuarios
Como el objetivo era llegar a todos los usuarios que tuvieran algún tipo de trastorno mental grave pero con la situación sanitaria se habían desperdigado por los diferentes recursos de la ciudad, lo mejor era dividir el equipo para que cada uno de los enfermeros se encargara de uno de los recursos. De esta manera tendrían a todos los pacientes identificados.
Entre sus pacientes no tienen contabilizada ninguna muerte
Así, Arturo, por ejemplo, se encargó de cubrir el Ifema, Javi el polideportivo Marqués de Samaranch o Sara los albergues de la campaña de frío. Y todos, sin excepción, también hacían calle, porque ahí había mucho que hacer.
Muchos de sus usuarios se perdieron por el camino pero esta crisis, cuentan con cierta esperanza, también ha hecho que puedan conectar con otros que no tenían identificados o que algunas personas logren entrar en el sistema y salir de la calle.