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Reivindica tu lugar

Laura África Villaseñor
Nadie pone en duda que la influencia del género en la profesión enfermera ha arrastrado a lo largo de la historia una falta de reconocimiento profesional en el sentido más amplio de la palabra, al estar asociados socialmente los cuidados al ámbito doméstico y al rol femenino.

Ya a mediados del siglo pasado, Robinson decía que «la enfermera es el espejo en el que se reflejaba la situación de la mujer a través de los tiempos». Incluso en algunos países, como los países anglosajones, la enfermería nace en plena campaña de liberación de la mujer.

Con esos mimbres, no es extraño que la imagen que la sociedad tiene hoy de nosotras, las enfermeras, esté más cerca de lo que los órganos de poder han querido proyectar socialmente, vinculada a cierta propaganda, que de la auténtica realidad. Y a nadie se le escapa que la imagen de nuestra profesión ha de construirse sobre lo que somos, sobre lo que hacemos, sobre lo que pensamos y queremos ser las enfermeras, nuestro propósito. Nada más alejado de esa propaganda que quiere seguir resistiendo, esa que castiga cada día a las enfermeras y enfermeros, a toda la profesión, y genera enormes contradicciones.

Contradicciones como que la fuerza de la profesión, más de 300.000 personas graduadas de Enfermería en España, profesionales claves e imprescindibles para el sistema sanitario, por nuestra capacidad de organización, de gestión, de innovación, nuestra visión integral de los y las pacientes y de sus familias, sean olvidados permanentemente en los puestos de decisión, que nos son vetados.

En pleno siglo XXI es difícil encontrar una disciplina, con este nivel de cualificación y profesionalización, sobre la que maliciosamente se violen permanentemente algunos de los objetivos de desarrollo sostenible. La profesión enfermera es agredida, olvidada, menospreciada, vilipendiada y poco respetada día sí y día también.

O acaso tiene sentido que una profesión sobradamente formada y cualificada, tras cuatro años de estudios universitarios, un master y una formación especializada de dos años, sea, sin embargo, percibida por muchos como una profesión dependiente, infravalorada y estereotipada.

Y lo más grave, la contradicción de que todo ese conocimiento no sea tenido en cuenta para prestar cuidados excelentes bajo el paraguas de la evidencia científica. Y no lo es porque las enfermeras son movidas como peones en un tablero de ajedrez de unas unidades asistenciales a otras, por días, por turnos, por horas, como si fueran números y no importara su experiencia, su formación, ni su propia actitud o identidad.

La autonomía en el trabajo, el desarrollo profesional, el aprendizaje continuo, la gestión del conocimiento no son así tenidos en cuenta, ni aprovechados y optimizados por la apisonadora que se impone desde las distintas instituciones y órganos de decisión.

Socialmente, y de vez en cuando, sí, las enfermeras tenemos reconocimientos, el reconocimiento de las personas a las que atendemos y cuidamos, y algunas palmadas en la espalda de quienes cronifican nuestra precariedad. Todo un cinturón emocional que cada día es el que nos sostiene como profesión.

Y es que todo eso está muy bien, pero ese cinturón emocional tiene que estar acompañado de unas condiciones adecuadas de trabajo, alejadas de la precariedad y la temporalidad, que respeten nuestra realidad personal y nos permitan planificar nuestras vidas para conciliar, y que se acompañen de unos salarios justos que reflejen nuestra valía, compromiso y disponibilidad, todo lo que entregamos cada día durante esta pandemia y desde siempre.

No podemos ir en contra de nuestra naturaleza. Hablar de enfermería es hablar de una profesión integrada mayoritariamente por mujeres, pero ser mujer no debe ni tiene que pasarnos factura. Garantizar la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres hoy es garantía para un mañana más justo y sostenible, como reza el lema de la ONU para este Día Internacional de la Mujer. Esa igualdad que nos permitirá como sociedad avanzar más y mejor, también en nuestra profesión.

¿Cuántas veces nos han dicho no deberías estar aquí? Para imprimir el cambio sólo necesitamos la fuerza necesaria para cambiar las cosas que podemos cambiar. Necesitamos dejar de funcionar en piloto automático. Reivindiquemos vivir nuestra profesión sin límites.

No dejemos la profesión en manos del devenir de unos y de otros, que nada tienen que ver con nosotras, no dejemos aquella profesión que elegimos en manos de quienes no conocen la dimensión que puede alcanzar, y mucho menos, en manos de su suerte, busquemos la suerte. Proyectemos lo que ya somos, referentes y visibles.

Laura África Villaseñor, secretaria general de Organización del Sindicato de Enfermería, SATSE.

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